Las
personas que ejercen la profesión de ayuda, cualquiera que esta sea, están
siempre confrontadas con un sinfín de expectativas provenientes de la persona
que ayudan, del entorno de esta, de la misma sociedad, y en ocasiones del más
exigente: el mismo profesional.
El
cansancio se soluciona descansando; pero la insatisfacción, la sensación de no
hacer lo suficiente, la culpabilidad por el posible error, los conflictos de
comunicación, el miedo ante la muerte y la enfermedad, las deficiencias del
sistema,… todo este conglomerado no se soluciona descansando, al contrario,
sino se atiende, crea el abono necesario para el estrés, el síndrome de ayuda,
el burnout. ¿Cómo podemos abordar todos estos sentimientos, vivencias, y
recuperar la ilusión y la fuerza que una vez nos fascinó en la ayuda?
Calidad Humana, expresión sistematizada por el antropólogo y epistemólogo Marià Corbí[1]
significa el cultivo de la dimensión absoluta de la realidad que toda persona
tiene en sí misma. Referido a la profesión de ayuda sería la experiencia de
trabajar recibiendo toda la riqueza que conlleva, especialmente en su dimensión
relacional, y sabiendo gestionar e integrar la crudeza con que se muestra el
mismo trabajo, en ocasiones.
Sabemos
que esta experiencia existe: la vemos o la hemos visto en personas que son
referencia en nuestra vida como “modelos” Pues bien, lo que hemos visto en
estas personas es posible en cada uno de
nosotros. No es un aprendizaje de creencias o de ideologías religiosas o
altruistas, es una experiencia a la
que cada persona puede acceder y que se encuentra en el interior de cada uno de
nosotros.
Siguiendo
a Corbí: “La calidad humana es, pues, lucidez mental, orientación en los
criterios, calidez sensitiva y buen juicio para sospesar personas, situaciones,
proyectos que convengan a las situaciones. La calidad humana no es algo que
surja espontáneamente. Se requieren procedimientos para crearla y cultivarla”
¿En qué
consiste esta experiencia de Calidad Humana que todos podemos experimentar? M.
Corbí lo sistematiza en tres rasgos fundamentales que son actitudes y
aptitudes.
Primero: tener interés por la realidad; un interés mental y sensitivo, cuanto más intenso
y apasionado, mejor. El interés pide una atención despierta, en estado de
alerta. Tanto el interés como la alerta deben ser agudas y continuadas, cuanto
más, mejor. Quizás este interés se ve reflejado en lo que llamamos vocación,
esa llamada que, por las razonas que sean, hace que nos sintamos atraídos por la profesión de
ayuda.
Segundo: adquirir capacidad de distanciamiento
de las realidades por las que estoy interesado; una distancia que es desapego, des-implicación.
Y eso en el mismo acto de interesarse profundamente por la realidad, en un
completo estado de alerta. Esa distancia y desapego comporta una
desidentificación de sí mismo y de la situación en que uno pueda encontrarse.
Sin
distancia, sin desapego y sin desidentificación de la situación y de uno mismo,
no se puede hacer justicia a la realidad que se presenta. Esta distancia no es
desinterés, significa respetar al otro (a la persona a ayudar) en su
originalidad, permitir que “aparezca” sin que “mis ideas”, “mis soluciones”,
escondan la presencia del otro.
Tercero: la capacidad de silenciamiento
interior completo. Hay que hacerse capaz de
silenciar por completo las interpretaciones habituales, las valoraciones
habituales de la realidad; hay que conseguir parar por completo las formas
habituales de actuar y hay que poner en un paréntesis completo lo que son las
normas, de hecho intocadas, de vivir.
Y esto
es entrenamiento, un ejercicio continuo, hasta encontrar ese silencio. Hoy en
día podemos darnos cuenta de su importancia al estar tan valorado en
experiencias como el mindfullness, el yoga, u otras técnicas de relajación.
Para conseguir estas actitudes y aptitudes
es necesario un entrenamiento, que permite mostrar las herramientas y las
señales, para que cada profesional pueda encontrar ese camino hacia sí mismo.
En él se muestran indicadores, estrategias, pequeñas luces, … Acceder al propio
mundo interior es una aventura sin límite, que permite ir desplegando
aptitudes, nuevos planteamientos, nuevas intuiciones, nuevos sentidos, que
iluminan la vida profesional y personal.
Por tanto, hablamos de
aprendizaje, de proceso, donde el final no es conseguir una certificación de
calidad externa, sino una certificación de calidad interna, sustentada en la
propia experiencia, que avala, que certifica esa manera de vivir la profesión como
rica y satisfactoria.
¿Qué resultados podemos esperar
de este entrenamiento?
- Una
atención despierta sobre el objeto de la profesión: la persona enferma o dependiente,
el alumno o quien necesita ayuda.
- Un
distanciamiento de esa misma persona, que permite mirarla por ella misma,
sin prejuicios, ni ideas preconcebidas, sin las propias proyecciones.
Desde nuestro interior surge un profundo respeto hacia el otro.
- Actuar
de manera adecuada en la profesión: la nueva mirada sobre la persona que
recibe la ayuda, nos motiva a actuar sin interés personal, percibiendo la
necesidad real de la persona, y asintiendo a los medios que se disponen.
- El
silencio consciente lleva a la serenidad, a la capacidad de análisis, a la
gestión de las emocional, a la resistencia al estrés.
- Lo
experimentado para la persona que se ayuda, se vuelve hacia el o la
compañera, hacia el equipo de trabajo: respeto, escucha, implicación y
colaboración.
[1] Marià Corbí. Director del
Centro de Estudios de las Tradiciones de
Sabiduría en Barcelona. Doctor en filosofía y licenciado en teología, Corbí
ha sido profesor de ESADE, de la Fundación Vidal y Barraquer y del Institut de
Teología Fonamental de Barcelona. Ha dedicado la vida al estudio de las
consecuencias ideológicas y religiosas de las transformaciones generadas por
las sociedades de innovación, sociedades post-industriales. Más información en
www.cetr.net/es/