“Hoy
en Tánger sopla con fuerza el viento, llueve y hace frío.
Y
viene al pensamiento Beliones, los chicos de aquel bosque donde no
hay protección contra el frío, la lluvia y el viento.
Esta
vez el coche sube lleno de plásticos y de mantas.
Pero
en Beliones, en los caminos de los necesitados de protección, se
movían también las fuerzas del ejército con la misión de impedir
que se les ofreciera.
La
legalidad había declarado la guerra a los pobres y cercado sus
míseros refugios. Asombra ver a un ejército desplegado para que los
pobres no accedan al pan y tengan frío.
La
tarde de Beliones se me hizo por dentro un clamor de preguntas”
Con
estas palabras, nuestro amigo Santiago Agrelo, nos invitaba a
reflexionar ayer sobre los encuentros con conciencia. Porque ver las
noticias en los medios de comunicación llevan a cierta rebeldía
interior -cuando más, mientras estemos mínimamente despiertos- pero
vivir en primera persona que un ejército obediente vele para que no
les llegue el pan y las mantas que otros les quieren dar a los que
lo necesitan, conlleva a dar un salto más: el asombro y un clamor de
preguntas. Ahí, con ellos, está nuestro amigo.
¿Y
cual es nuestra responsabilidad con todo esto? Porque la situación
nos desborda, el movimiento de supervivencia de esa gente que huye de
su país es imparable, y los gobiernos “tienen su protocolo de
actuación”... , entonces ¿qué hacer? Se me ocurren varias cosas.
Van por fases, y no son fáciles, por cierto, pero es lo único que
pienso que aporta, no solución, pero significado y serenidad, lo más
importante.
Lo
primero es ver lo que sucede, osea, no huir de esta realidad pero
tampoco quedarse en ella, simplemente verla. La ignorancia consciente
es cobardía.
Lo
segundo es acoger las emociones que suscitan esas noticias y no
dejarnos llevar por ellas. Forman parte del ser humano que somos,
simplemente.
La
última fase es permanecer en nuestro centro y ser fieles a nosotros
mismos, a todo lo que somos, a todo lo que nuestro corazón nos lleva
y seguirlo. Es la única manera de igualarnos a esa gente, que sin
medios de supervivencia, son grandes y valientes de seguir su
corazón, arriesgando sus vidas porque en su libertad, nada pueden
perder. Mientras tengamos apegos, a nuestras cosas materiales, a las
personas, a las emociones o a las ideas/ideales que surgen de nuestra
mente, no podremos colaborar en el bien común. El compromiso con
ellos pasa por el compromiso con nosotros, el reto más difícil y
gratificante.
Mandamos
un abrazo grande a Santiago Agrelo, coherencia viva con un corazón
que late siendo voz de los que callan. En la Iglesia también hay de
estos. Es un honor recibir en directo sus crónicas semanales.
Muchas gracias.
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