Uno de los grandes pensadores que tuvo la humanidad
ha sido J. Krishnamurti. Además de sus
escritos ahora podemos acceder a sus charlas transcritas al castellano, un
lujo.
El otro día, a través de Facebook, me llegó un vídeo
sobre el observador. Hablaba sobre lo que veíamos cuando observamos algo.
Realmente me hizo pensar.
Decía que lo único que vemos cuando observamos son
nuestras propias creencias, que son muchas veces prejuicios culturales, y no
somos capaces de captar la realidad tal cual es. En nuestra ignorancia, estamos
convencidos de que lo que vemos es así, pero solo es ignorancia.
Tomar conciencia de esto nos abriría la mente, ya
que al principio veríamos lo mismo, pero sabiendo que siempre hay más. Por
ejemplo, si observamos una hormiga, diferentes personas, el impacto visual en
cada una es distinto. Quien la ve como “un bicho que ensucia las cosas”, no
tendrá escrúpulos en pisarla. Sin embargo, para los estudiosos de los animales
que saben son capaces de transportar, en su cabeza, hasta cincuenta veces su
propio peso, y otras cosas, como su capacidad
organizativa y de trabajo, les provoca admiración. Y ya no digamos para los
budistas, que creen que el alma de la hormiga puede ser un antepasado, aquí el
respeto es máximo. En fin, a mí me hizo pensar esto de las etiquetas que
ponemos a las cosas y a las personas, en base a nuestro “bagaje creencial”.
Porque si está estipulado socialmente, una persona que tuvo cierta enfermedad, fue
toxicómano, estuvo casada tres veces o cumplió su pena en la cárcel,… por poner
unos ejemplos, por ello, ya lo tildamos de tuberculoso/a, drogadicto/a,
promiscuo/a, o delincuente, para toda la vida. No es justo.
¿Cómo quitarnos nosotros mismos estos estigmas para
ver a los demás más allá de lo que le ha acontecido en su vida? Sólo tomando
conciencia.
Los terapeutas también caemos en esta trampa. Muchas
veces he oído: “no hay nada que hacer, es un número 2 del Eneagrama y tiene la
compulsión de dar”, o “tiene difícil solución, es Chicory en el sistema floral”, etc.
Las etiquetas reducen ridículamente la dimensión
humana. El campo de la medicina es uno de los más afectados. Gran paradoja: se
estudia para curar y se consigue una miopía del ser humano. La deformación
profesional les lleva a hablar de “la cadera de la habitación 202”, con tal
naturalidad, que hay un riesgo alto de que se olviden que “esa cadera rota”
haya sido el soporte no solo de un cuerpo, sino de una familia entera, que
también se ha desmoronado.
Observarnos cómo vemos lo que vemos. Este es el quid
de la cuestión. Así lo explica Krishnamurti :
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